No recuerdo que de pequeño me gustasen especialmente los piratas, salvo cuando tenían que ver con los juegos de Spectrum, o las cintas de cassette.
Tampoco me ha llamado la atención la numismática, salvo por puntuales colecciones, o más bien agrupaciones de monedas del mismo tipo, que en diferentes momentos de mi vida, me he dedicado a juntas. Monedas de peseta rubia, monedas de 50 pesetas plateadas, o ahora monedas de 50 céntimos.
El caso es que fuera de los tesoros piratas, o el coleccionismo, las monedas tienen algo interesante. No dejan de ser un valor añejo, que como utilidad práctica cada vez va a menos. Son perdurables, con piezas que tienen cientos de años de antiguedad sin problemas, y además tienen esa faceta de tesoro, cuando están fabricadas con materiales más o menos escasos, o preciosos como la plata.
Con una producción anual de 23.800 toneladas, y cotizada a unos 500€ el kilo, la plata podría considerarse el metal precioso más asequible. Se estima que las reservas mundiales en yacimientos rondan las 530.000 toneladas. Si las estimaciones fueran correctas, a este ritmo, se llegaría a su fin en unos 20 años.
Este último argumento, fue el que dando una vuelta por Lamas Bolaño. me hizo decidirme por un dólar de plata de 1 onza (28g), acuñado en 2014, con la temática del American Eagle.
En definitiva, un símbolo del poder del dinero, y del triunfo capitalista, pero visto desde el punto de vista del comercio, y el valor de las cosas. Un objeto que en el futuro me servirá para recordar este momento presente.