Esto es la carta que escribió una señora al programa de Luis del Olmo para que la leyeran en directo. Yo la he recibido desde la típica cadena de emails.
Desde que las insignias se llaman pins, los maricones gays, las comidas frías lunchs, y los repartos de cine castings, este país no es el mismo: ahora es mucho, muchísimo más moderno.
Antaño los niños leían tebeos en vez de comics, los estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de business, y los obreros, tan ordinarios ellos, sacaban la fiambrera al mediodía en vez del tupper-ware.
Yo, en el colegio, hice aerobic muchas veces, pero, tonta de mi, creía que hacía gimnasia. Nadie es realmente moderno si no dice cada día cien palabras en inglés. Las cosas, en otro idioma, nos suenan mucho mejor. Evidentemente, no es lo mismo decir bacon que panceta, aunque tengan la misma grasa, ni vestíbulo que hall, ni inconveniente que handicap…
Desde ese punto de vista, los españoles somos modernísimos. Ya no decimos bizcocho, sino plum-cake, ni tenemos sentimientos, sino fellings.
Sacamos tickets, compramos compacs, comemos sandwiches, vamos al pub, practicamos el rappel y el raffting , en lugar de acampar hacemos camping y, cuando vienen los fríos, nos limpiamos los mocos con kleenex.
Esos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres y han mejorado mucho nuestro aspecto. Las mujeres no usan medias, sino panties y los hombres no utilizan calzoncillos, sino slips, y después de afeitarse se echan after shave, que deja la cara mucho más fresca que el tónico.
El español moderno ya no corre, porque correr es de cobardes, pero hace footing; no estudia, pero hace masters y nunca consigue aparcar pero siempre encuentra un parking.
El mercado ahora es el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking y el representante, el manager. Los importantes son vips, los auriculares walkman, los puestos de venta stands, los ejecutivos yuppies; las niñeras baby-sitters, y hasta nannies, cuando el hablante moderno es, además, un pijo irredento.
En la oficina, el jefe esta siempre en meetings o brain storms, casi siempre con la public-relations, mientras la assistant envía mailings y organiza trainings; luego se irá al gimnasio a hacer gim-jazz, y se encontrará con todas las de la jet, que vienen de hacerse liftings, y con alguna top-model amante del yoghurt light y el body-fitness.
El arcaico aperitivo ha dado paso a los cocktails, donde se jartan a bitter y a roast-beef que, aunque parezca lo mismo, engorda mucho menos que la carne.
Ustedes, sin ir más lejos trabajan en un magazine, no en un programa. En la tele, cuando el presentador dice varias veces la palabra O.K. y baila como un trompo por el escenario la cosa se llama show, bien distinto, como saben ustedes, del anticuado espectáculo; si el show es heavy es que contiene carnaza y si es reality parece el difunto diario El Caso, pero en moderno.
Entre medias, por supuesto, ya no ponen anuncios, sino spots que, aparte de ser mejores, te permiten hacer zapping.
Estas cosas enriquecen mucho.
Para ser ricos del todo, y quitarnos el complejo tercermundista que tuvimos en otros tiempos, solo nos queda decir con acento americano la única palabra que el español ha exportado al mundo: la palabra SIESTA.
Espero que os haya gustado… yo antes de leerlo no sabía si tenía stress o es que estaba hasta los cojones.
Normalmente procuro no avasallar a los autores de blogs con demasiado comentario, que la cosa puede llegar a cansar. En éste me tocaba descansar, pero has tocado un tema que me interesa especialmente y no he podido resistir la tentación de crear un poco de sana (o no) polémica.
El artículo –que creo haber leído en algún suplemento dominical– es muy divertido y su forma es impecable. Pero disiento profundamente en su fondo.
Me parece estar oyendo a un lejano ancestro de esta señora, hace muchos siglos, quejándose de que la invasión bárbara acabaría con la pureza del latín que había mamado en su niñez. Generaciones más tarde, sus descendientes probablemente expresarían su amargura ante la profusión de voces árabes que se iban incorporando a su lengua madre.
Y sin embargo, esa mezcla de diversas fuentes es la que ha formado el castellano actual, cuya pretendida pureza defienden espada en ristre diversos paladines, algunos con elegancia y buen humor –como esta señora– y otros con talante menos conciliador.
Señoras y señores, juzguemos este tema desde una perspectiva realista: el porcentaje de barbarismos con el que se nutren nuestras lenguas patrias es insignificante. Entre otras cosas porque, pese a lo que insinúa este artículo, nuestro integrismo idiomático sigue estando a la cabeza del primer mundo junto a Japón: no en vano seguramente seremos de los países donde peor se habla un segundo idioma.
¿Excesivo celo por la propia cultura? Bueno, yo iría más lejos y lo tacharía de chovinismo.
Mi impresión: el problema no es que se usen muchas palabras en inglés, sino que se usen pocas en castellano. No es que se digan muchos tacos, sino que el vocabulario de no-tacos sea paupérrimo. No es que se use el lenguaje SMS para enviar mensajes entre móviles o para suplir carencias en la disciplina de la mecanografía, sino que no se pueda prescindir de él cuando no es necesario.
En resumen, que la solución no pasa por restringir sino por potenciar. Sí al mestizaje lingüístico.
Ahí queda el rollazo.
Sólo comentar que rappel no es un anglicismo, viene del francés:
http://es.wikipedia.org/wiki/Rapel_%28excursionismo%29
Por lo demás el texto genial
Cierto es mced, que el riesgo no está en tomar palabras de otras lenguas, sino en abandonar por desuso aquellas que son nuestras. Por lo tanto, de rollazo para nada, me parece una exposición en la que además de coincidir, considero perfectamente argumentada.
Fernando, gracias por el apunte. No tenía ni idea que rapel fuera un galicismo.
Me gustó mucho en su momento. ¡Gracias por recogerla en tu blog!
Gracias a ti maja.