Los primeros relojes, ya fueran de sol, arena, o agua (clepsidras), tiene su origen bastantes años antes de Cristo, al ser instrumentos de concepción sencilla, tenían mucho de técnica y ciencia, y poco de ingeniería.
No sería hasta los primeros relojes mecánicos, datados del siglo XIV, que la relojería se asentó como una disciplina más. Comenzaron a ser protagonistas destacados en iglesias y abadías, dando una información temporal a todos aquellos que veían su exterior.
Internamente sus resortes, engranajes, péndulos, etcétera, moviéndose de manera coordinada, los hacían aparatos no aptos para neófitos. No en vano, a los relojeros se les consideraba «maestros», exactamente igual que los arquitectos, una muestra más de la importancia de este gremio.
Gracias a la creatividad de estos grandes seres humanos, la miniaturización iría conquistando la relojería a lo largo de las décadas, primero con los relojes de pared siglo XV, y dando una vuelta de tuerca más, los de bolsillo en el siglo XVI.
En menos de 200 años, se pasó de reducir el espacio ocupado por un reloj, de una torre, hasta llegar a ser un dispositivo portátil, al que a su vez, se le fueron añadiendo complicaciones inimaginables. Una ardua tarea que superaría sin lugar a dudas a los smartphones actuales.
En el siglo XVI, vería la luz también el primer reloj de pulsera, un equipamiento destinado a las damas, y que hasta la I Guerra Mundial no se extendería a los varones. De nuevo, una reducción más.
A día de hoy, un reloj mecánico de pulsera, cuenta en su interior con más de 100 piezas distintas, que funcionan al unísono, como por arte de magia, o dicho sea de otro modo, funcionan como un reloj, como ejemplo de harmonía de funcionamiento.
En los años 60, el trabajo con los relojes de pulsera de LED, basados en osciladores de cuarzo, miniaturizó aún más los relojes, esta vez como ejemplo de miniaturización electrónica. La evolución continuaría imparable hasta bien entrados los años 80, reemplazando LED por LCD, y añadiendo nuevas funciones.
En suma un reloj, ha sido, y es, un dispositivo tremendamente complejo, que formando parte de nosotros, indica el paso del tiempo. De tal modo, que muchos apenas le atribuimos el valor que merecen, pues incluso un humilde Casio F-91W, atesora casi 700 años de evolución horológica.