Paul Davis visita «La Elegante»

Siguiendo con el formato de El hombre de los dos relojes (Una aventura de Paul Davis) publicada en el diario Andreuenc hoy le toca al relato corto «Paul Davis visita ‘La Elegante’» incluido en «A contrarreloj. Paul Davis, tercera temporada» y también en «A contrarreloj 15. Paul Davis, relatos cortos» y que fue publicada el pasado mes de noviembre de 2020 en IGORMÓ Club.

Publicaciones como esta refuerzan la buena acogida que con la difusión en los medios y la traducción a otros idiomas está teniendo la saga.


Paul Davis visita "La Elegante"

Paul Davis visita «La Elegante»
Por J.G. Chamorro

Recientemente me habían mencionado la relojería denominada «La Elegante». Se trataba de una relojería situada en un buen barrio, pero en una mala zona. No es que estuviera llena de delincuentes ni nada parecido, sino que ocupaba una discreta esquina situada entre dos calles estrechas. No era fácil toparse con ella de manera casual, lo cual era un problema para el negocio. Como bien sabéis, la mayoría de las ventas en este tipo de negocios es lo que se denomina «compra por impulso». Pasas por su escaparate sin buscar nada en concreto, ves algo que te gusta, y te lo compras. Ni más ni menos.

Como decía, era casi imposible toparse casualmente con el escaparate de «La Elegante». Incluso aunque pasaras por allí. La diminuta cristalera de la relojería, anodina, y mal iluminada, contribuía a pasar delante de ella sin darse cuenta. La gente que la visitaba era porque conocía la tienda de toda la vida, o porque alguien le había mencionado su vieja y reputada fama. Acudían allí exprofeso.

Había sido Anabel Faure Dumont, una tasadora y restauradora de «Franz LZ Insurances» con la que había colaborado alguna que otra vez, la que me recomendó visitar la relojería. [NE: Ver «A contrarreloj 12. Paul Davis, relojes de altos vuelos»]. Lo que terminó de convencerme es que llamó a «La Elegante» relojería y no joyería-relojería que es como habían acabado la mayoría de relojerías de la época. Me advirtió también que estuviera atento al lugar, porque si no iba pendiente era fácil que la pasara de largo sin ni siquiera apercibirme de ello.

Estacioné mi Honda SH-125 en la entrada de la callejuela, puesto que si me adentraba en ella la motocicleta impediría la circulación de los transeúntes, de tan estrecha que era. A paso calmo avancé por la calle prestando atención a los escaparates que se veían a mano derecha. De pronto ahí estaba: «Relojería La Elegante, diseño y buen gusto. Venta y reparación de relojes. Desde 1951». Debajo de aquel antiguo cartel de color blanco esmaltado había uno algo más reciente que en fondo de plástico negro con letras blancas indicaba «Cambiamos pilas». Se notaba que había sido añadido a posteriori, pero distaba mucho de considerarse moderno. Me imaginé que sería de finales de los 70 o principios de los 80.

Anabel me había comentado maravillas sobre Adela. Una mujer de unos treinta y cinco años, con el cabello castaño tirando a rojizo y unos sinceros ojos de color avellana. Adela Crowdler era la que había tomado el relevo de la tienda, sustituyendo así a su difunto abuelo, a la sazón el fundador de «La Elegante». No me preguntéis porque no continuó el negocio el padre de Adela porque eso es algo que se me escapaba y que Anabel no me había explicado. Contra lo que pudiera parecer viendo el cartel de «Cambiamos pilas», Adela era un portento de la relojería. Había vivido durante algunos años en Ginebra donde trabajó en la manufactura relojera Baume et Mercier. Lo que era raro es que alguien así hubiera vuelto a aquella tienducha. Pero no era aquello lo que más me intrigaba, sino una cosa que me había mencionado Anabel. La relojería estaba llena de piezas antiguas que estaban expuestas en vitrinas sin haberse vendido. No hablo de relojes usados, sino de modelos antiguos pertenecientes a cualquier época del pasado y que se conservaban en la tienda como «New Old Stock» o NOS. Artículos de época en un estado impecable y sin usar.

Franqueé la pequeña puerta de cristal sin haberme detenido a examinar el diminuto escaparate exterior. Una agradable campanilla mecánica sonó en cuanto la hoja de la puerta se abrió. Anunciaba mi presencia, y en cierta forma sentí como si me diera la bienvenida desde otra época. Algunas baldosas de cerámica se movían a medida que avanzaba en dirección al mostrador de madera y cristal. De repente me sentí transportado a las relojerías de la época en que mi padre o mi abuelo eran jóvenes. Podía imaginarme los caballeros con traje y las damas con elegantes vestidos haciendo acto de presencia en lo que debía ser un lujoso establecimiento en aquella época. La poca luz y la mala iluminación de los expositores de la tienda hicieron que pese a mi amor por los relojes, ni siquiera me diera cuenta de su presencia. No fue hasta que noté que el mostrador estaba vacío que empecé a cotillear sobre las piezas que había expuestas.

Las vitrinas contenían guardatiempos que hace años que habían dejado de venderse. Desde marcas lujosas como Rolex, IWC u Omega, hasta otras mucho más humildes como Chronosport. Precisamente uno reloj de esa marca fue el que captó mi atención. Era un Chronosport Sea Quartz 30, un reloj «Swiss Made» de finales de los años 1970 y que se hizo famoso por ser el que llevaba en su muñeca el detective privado de ficción Thomas Sullivan Magnum III en la serie televisiva Magnum P.I. que empezó a emitirse en Estados Unidos en 1980. A España no llegaría hasta 1985, momento en el que recuerdo verla durante muchas tardes doblada al catalán en la cadena autonómica TV3. Recuerdo aquel Chronosport, un reloj que resistía hasta trescientos metros de profundidad, algo impensable en la época y que ni siquiera los relojes de buceo de Seiko lograban. Lo mejor de todo, es que era un reloj asequible y que costaba solamente 30$ en aquellos años.

—Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle en algo? —Me preguntó una mujer menuda y delgada que por el color de sus ojos y de su pelo reconocí de inmediato como Adela.

Estaba tan ensimismado con el Chronosport que ni siquiera me di cuenta que Adela ocupaba ya su espacio como dependienta tras el mostrador.

—Buenas tardes. Es muy bonito este Chronosport. —Puntualicé yo mientras Adela levantaba el ala móvil del mostrador para salir hacia mi encuentro.
—Ahh sí. —Confirmó ella. —El Chronosport Sea. Un reloj muy avanzado para su época, y no demasiado caro, debo admitir. ¿Le gusta?
—La verdad que sí, me gusta mucho.
—Quizás le suene de algo esta pieza. ¿No es cierto? —Noté como me tanteaba Adela.
—Naturalmente. El reloj que llevaba Tom Selleck en la serie Magnum. —Le confirmé yo.
—En efecto, fue una marca estadounidense muy popular casi hasta aquellos años. Relojes muy avanzados y que cualquier americano podía permitirse. Incluso el detective Magnum que como bien recordará siempre andaba «pelado y sin blanca».

No me esperaba que Adela fuera conocedora de aquella serie de televisión. Con su edad era imposible que la hubiera visto durante la época de su emisión. Yo apenas contaba diez años cuando empezó a emitirse, ella debía ser una bebé. Adela pareció leerme el pensamiento y me explicó:

—Vi aquella serie a principios de los años 90, cuando la repusieron de manera nacional en la recién aparecida cadena de televisión privada «Antena 3».
—Grandes tiempos. De hecho la productora, la CBS si mal no recuerdo, puso el Chronosport en la muñeca del protagonista porque era un reloj que se daba como dotación a los marines del ejército. Era fiel a la historia sin lugar a dudas, ya que Magnum era un antiguo marine.
—Sí, hasta que el poderío del marketing de Rolex hizo que en la segunda temporada empezase a lucir un Rolex GMT Master. —Me cortó ella.
—En efecto, aquello me molestó. —Reconocí yo. —Lo que hoy en día llamamos «Product placement». Es decir, colocar productos de cualquier índole en lugares que tienen mucha visibilidad. Vestidos de gala en fiestas de famosos, cochazos de lujo en películas, …
—Pero… ¿Sabe una cosa? Por mucho que los guionistas intentaran justificar que el Rolex era de su padre, y que al fallecer en combate Magnum se hizo el custodio del guardatiempo, aquello no cuadraba.
—¿No cuadraba? —Le pregunté yo.
—La Guerra de Corea duró de 1950 a 1953. Sin embargo, el Rolex GMT Master no se lanzó al mercado hasta el año 1954. Y lo que es más importante, la versión que llevaba Magnum con aquel bisel giratorio tipo Pepsi, en tonos azul y rojo, no apareció hasta 1980. Era imposible que se lo hubiera dado su padre.
—Bueno, o eso o su padre no murió en la Guerra de Corea. —Bromeé yo.
—Claro, claro. Seguro que el padre de Magnum era un espía de la CIA o algo parecido. —Dijo Adela sin poder parar de reír.
—¿Cuál es su marca de relojes preferida, caballero? —Terció Adela como intentando sacar otro tema de conversación o tal vez como forma de completar una venta.
—Hace años era Junkers, buenos relojes a buen precio. Ahora soy un entusiasta de Zenith.
—Vaya, vaya. Veo que ha ascendido usted notablemente. No le deben ir mal las cosas.
—Un poco sí que reconozco que he ascendido. Aunque la verdad es que me los suelen regalar. [NE: Ver «A contrarreloj 5. Paul Davis, un Apple Watch no hace tic tac»].
—¿A qué se dedica usted? Si no es mucha intromisión.
—Investigador privado. —Respondí yo. —Especializado en relojes para ser exactos.

Le tendí la mano a Adela, y me presenté:

—¡Que mal educado he sido. Davis, Paul Davis.
—Encantada. Yo Adela, solamente Adela. —Correspondió ella.
—Bien, en ese caso, llámeme solamente Paul, si no le importa. Creo que tenemos muchas cosas en común.

Notas a «Paul Davis visita ‘La Elegante’»
Cuando leí los borradores de «La Elegante» había decidido tomarme un descanso de Paul Davis, o quizás fuera él quien se lo había tomado de mí.

Lo cierto es que tras leer los relatos, de inmediato me apeteció que Paul Davis visitara esa entrañable relojería. La temática con la serie de televisión Magnum en el trasfondo es debida a que he empezado a ver la nueva versión de la serie, decepcionándome hasta tal punto, que he comenzado a revisionar la vieja, la genuina. Un «show» televisivo con mucho más encanto que la versión actualizada, y que en cierta forma es la metáfora escondida tras «La Elegante».

6 comentarios en “Paul Davis visita «La Elegante»”

  1. Para mí es un honor que Paul Davis visite «La Elegante» 🙂 El éxito que está teniendo tu personaje – solo hay que ver la cantidad de páginas webs y blogs que hablan de él, y muy bien por cierto – demuestra claramente tanto tu tesón y tu pasión, como lo bien que sabes combinar el mundo de la relojería con el género literario detectivesco. Como lector es una auténtica gozada leerlo, y más aún cuando uno conoce un poco al autor que hay detrás y todo el trabajo que has hecho por la relojería y por dar a conocerla (altruistamente además), como por divulgar también tu literatura, cosa que por desgracia no suele ser lo habitual. Quiero decir que muy pocos autores pondrían capítulos enteros a disposición de todo el mundo, no solo en su propio blog, sino además en revistas.

    Que tenga cada vez más fama, por lo tanto, este peculiar, genuino y entretenido personaje de Davis.

  2. Javier Gutiérrez Chamorro (Guti)

    Es al contrario A Bial le Metayer, el placer es mío de tenerte por aquí, aunque creo que me tiras demasiadas rosas. Es verdad que me esfuerzo todo lo que puedo y todo lo que mis ocupaciones me permiten, pero también es verdad que no necesito de la literatura ni de las reviews de relojes para vivir, afortunadamente. Así que prefiero que todo este contenido llegue al máximo número de personas interesadas.

  3. Javier Gutiérrez Chamorro (Guti)

    Por supuesto que Paul Davis practica el afeitado clásico Sergi, se ha dejado caer en algunos relatos. Sin embargo que yo recuerde nunca se han mencionado marcas, ni de brocha, ni de maquinilla ni de jabón. Tomo nota porque ya va siendo hora de explicarlo. Muchas gracias por la idea.

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