15 de Octubre
SANTA TERESA DE JESÚS, VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA
(MADRE NUESTRA)
OCarm: Fiesta - OCD: Solemnidad
Celebra hoy el Carmelo la fiesta de santa Teresa de Jesús. Nació
en Ávila el 28 de marzo de 1515. Ingresó allí en el
monasterio de carmelitas de la Encarnación. Maestra de oración
para el pueblo de Dios y Fundadora del Carmelo Teresiano. Supo conciliar
el don de gentes con el trato íntimo con Dios; la actividad incesante
con la vida contemplativa. A través de sus obras, entre las que
destacan el Libro de la Vida, el Camino de perfección, Las Moradas,
y Las Fundaciones, ha ejercido en la Iglesia un luminoso magisterio espiritual,
que el papa Pablo VI reconoció proclamándola Doctora de la
Iglesia. Murió en Alba de Tormes (Salamanca) el 4 de octubre de
1582.
I Vísperas
Himno
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
Que muero porque no muero.
Aquesta divina unión
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo
y libre mi corazón.
Y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!,
¡qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros,
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es perderte a ti,
para mejor a él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues a él solo es al que quiero:
Que muero porque no muero.
Salmodia
Ant. l. La explicación de tus palabras
ilumina, da inteligencia a los ignorantes.
Salmo 112
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.
A la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.
Ant. La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes.
Ant. 2. Los pueblos contarán su
sabiduría, y la Iglesia anunciará su alabanza.
Salmo 145
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Ant. Los pueblos contarán su sabiduría, y la Iglesia anunciará su alabanza.
Ant. 3. Dios le concedió una sabiduría
e inteligencia extraordinarias, y una mente tan abierta como las playas
junto al mar.
Cántico
Ef 1, 3-10
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo,
antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos
e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en el Amado.
En él, por su sangre,
tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:
El plan que había proyectado
realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
Ant. Dios le concedió una sabiduría
e inteligencia extraordinarias, y una mente tan abierta como las playas
junto al mar.
Lectura breve (1Cor 2, 6-9)
Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una
sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de
este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría
divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos
para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha
conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al
Señor de la gloria. Sino que, como está escrito: Ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que
Dios ha preparado para los que lo aman.
Responsorio breve
R/. En la Iglesia *
Le da la palabra. En la Iglesia.
V/. La llena de
espíritu de sabiduría e inteligencia. *
Le da. Gloria al Padre. En la Iglesia.
Magníficat, ant. Santa Madre Teresa,
luz de la Iglesia santa, enséñanos el camino de la perfección
para que lleguemos con Cristo a las moradas eternas.
Preces
Al celebrar la santidad y sabiduría de Teresa de Jesús, nuestra Madre, invoquemos a Dios, por medio de Cristo que ha querido ser hermano y amigo, y digámosle:
Señor, venga a nosotros tu reino.
Tú, que enseñaste a Teresa a encontrar en Cristo la fuente
de la vida verdadera,
- haz que, escuchando al que es la Palabra, lleguemos a beber el agua
de la vida eterna.
Tú, que diste a Teresa en Cristo libro vivo y camino de santidad,
- ayúdanos a descubrir a Cristo en la oración, para que,
unidos a él, recorramos el camino de perfección hasta la
meta.
Tú, que con Cristo y el Espíritu Santo pones tu morada
en cuantos te aman y cumplen tu palabra,
- haznos cada día más sensibles a la caridad que se ha
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo.
Tú, que has hecho de Cristo cabeza y fundamento de la Iglesia,
- haz que, enraizados en la fe y en el amor, vivamos y muramos, como
nuestra santa Madre, al servicio de la Iglesia.
Tú, que has glorificado a Cristo, sentándolo a tu derecha
como nuestro mediador,
- concede a nuestros hermanos difuntos que reinen con él eternamente.
Padre nuestro.
Oración
Señor Dios nuestro, que por medio de tu Santo Espíritu
has suscitado a santa Teresa de Jesús (nuestra Madre) para enseñar
a tu Iglesia el camino de la perfección; concédenos alimentarnos
siempre con su celestial doctrina, para que crezca en nosotros el deseo
de la verdadera santidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Invitatorio
Ant. Venid, adoremos al Señor, fuente de la sabiduría.
El salmo invitatorio como en el Ordinario, en el Apéndice I, p.
Oficio de lectura
Himno
¡Oh Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis
y sin dolor deshacéis
el amor de las criaturas.
¡Oh nudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se Acaba;
sin Acabar Acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada. Amén.
Salmodia
Ant. 1. Mi alma tiene sed de Dios, del
Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Salmo 41
Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
mi alma tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»
Recuerdo otros tiempos,
y desahogo mi alma conmigo:
cómo entraba en el recinto santo
cómo avanzaba hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué gimes dentro de mí?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo desde el Jordán y el Hermón
y el monte Misar.
Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza,
la oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: «Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando, sombrío,
hostigado por mi enemigo?»
Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?»
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué gimes dentro de mí?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Ant. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Ant. 2. Grande eres, Señor; incalculable,
tu grandeza: ¿quién contará tu inmensa bondad y tus
maravillas?
Salmo 144
I
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman justicia.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Ant. Grande eres, Señor; incalculable, tu grandeza: ¿quién contará tu inmensa bondad y tus maravillas?
Ant. 3. Cerca está el Señor
de los que lo invocan sinceramente: su reino no tiene fin.
II
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;
explicando tus hazañas a los hombres.
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de los que lo temen,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.
Ant. Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente: su reino no tiene fin.
V/. Tú, Señor, estás
cerca.
R/. Y todos tus mandatos son estables.
Primera lectura
De la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3, 8-21)
Sublime conocimiento de Cristo
Todo lo considero pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unidos.
Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según
el modelo que tenéis en nosotros. Porque –como os decía muchas
veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos– hay muchos que
andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición;
su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas
terrenas. Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos
un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará
nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con
esa energía que posee para sometérselo todo.
Responsorio (Col 3, 3b-4; cf. Rom 8, 38b-39b)
R/. Vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios. * Cuando aparezca Cristo,
vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos,
juntamente con él.
V/. Ni muerte, ni
vida, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús. *
Cuando aparezca.
Segunda lectura
Del Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús, virgen
y doctora de la Iglesia
(Vida 22, 6-7. 14: EDE, 2000)
Cristo, nuestro amigo y dechado
Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro (y he visto después) que, para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita. Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos.
Así que no se quiera otro camino, aunque se esté en la cumbre de contemplación. Por aquí se va seguro. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes; él lo enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí.
Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino. San Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena.
Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios. Si su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.
Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor.
Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar;
porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en
el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy
en breve y muy sin trabajo.
Responsorio (Flp 1, 21; 2Cor 12, 9b)
R/. Para mí la vida es Cristo, *
Y el morir una ganancia.
V/. Muy a gusto
me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza
de Cristo. * Y el morir.
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O bien:
Del Camino de perfección de santa Teresa de Jesús,
virgen y doctora de la Iglesia
(Camino 40, 1-3; 41, 7-9: EDE, 2000)
Los que de veras aman a Dios todo lo bueno aman
Pues, buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa. El que podemos tener, hijas, y nos dio su Majestad, es amor y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies, para no caer por camino adonde hay tanto en que tropezar, como caminamos todos los que vivimos; y con esto, a buen seguro que no seamos engañadas.
Diréisme que en qué veréis que tenéis estas dos virtudes tan grandes; y tenéis razón, porque cosa muy cierta y determinada no la puede haber; porque siéndolo de que tenemos amor, lo estaremos de que estamos en gracia. Mas mirad, hermanas, hay unas señales que parece los ciegos las ven, no están secretas; aunque no queráis entenderlas, ellas dan voces que hacen mucho ruido, porque no son muchos los que con perfección las tienen, y así se señalan más. ¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios.
Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que es posible, quien muy de veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras, ni tiene contiendas, ni envidias; todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán más.
¿Esconderse? ¡Oh, que el amor de Dios –si de veras es amor– es imposible! Si no, mirad un san Pablo, una Magdalena; en tres días el uno comenzó a entenderse que estaba enfermo de amor; este fue san Pablo. La Magdalena desde el primer día, y ¡cuán bien entendido! Que esto tiene, que hay más o menos, y así se da a entender, como la fuerza que tiene el amor: si es poco, dase a entender poco, y si es mucho, mucho; mas poco o mucho, como haya amor de Dios, siempre se entiende.
Así que todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios, procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas; y que, aunque sintáis mucha pena, si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os extrañéis de ellas si queréis aprovechar y ser amada. Que es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas.
Así que procurad entender de Dios en verdad que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis; y no dejéis que se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como tengo dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma, que, en lugar de procurar santidad, sacará muchas imperfecciones que el demonio le pondrá por otras vías, y, como he dicho, no aprovechará a sí y a las otras tanto como pudiera.
Veis aquí cómo con estas dos cosas –amor y temor de Dios–
podemos ir por este camino sosegados y quietos.
Responsorio (Sal 110, 10a; 1Jn 4, 16b; Flp 4, 8a. 9a)
R/. Principio de la sabiduría es
el temor del Señor. * Dios es amor,
y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
V/. Todo lo que
es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; lo que aprendisteis,
recibisteis, oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra.
* Dios es amor.
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O bien:
De Las Moradas de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora
de la Iglesia.
(Moradas I 1, 1-3. 5. 7: EDE, 2000)
El alma, morada de Dios
Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún fundamento, que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas; que, si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice él tiene sus deleites.
Pues, ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues, si esto es como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque, puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima.
¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quién somos? ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?
Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas. Mas, qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura. Todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.
Pues consideremos que este castillo tiene muchas moradas: unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas estas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.
Pues, tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque, si este castillo es el ánima, claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro.
Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar: que hay
muchas almas que se están en la ronda del castillo, que es adonde
están los que le guardan y que no se les da nada de entrar dentro,
ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está
dentro, ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en
algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de
sí; pues esto mismo es. Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta
para entrar en este castillo es la oración.
Responsorio (Cf. Ap 21, l0b-11; Jn 14, 23b)
R/. El Señor me mostró la
ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de parte
de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante
a una piedra muy preciosa. * Esta es la morada
de Dios con los hombres.
V/. El que me ama
guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él
y haremos morada en él. * Esta
es la morada.
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O bien:
Del libro de las Fundaciones de santa Teresa de Jesús,
virgen y doctora de la Iglesia.
(Fundaciones 18, 4-5; 27, 21: EDE, 2000)
Teresa de Jesús, andariega de Dios
No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas; porque, gloria a Dios, de ordinario es tener yo poca salud, sino que veía claro que nuestro Señor me daba esfuerzo; porque me acaecía algunas veces, que se trataba de fundación, hallarme con tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho, porque me parecía que aun para estar en la celda sin acostarme no estaba, y tornarme a nuestro Señor, quejándome a su Majestad, y diciéndole que cómo quería hiciese lo que no podía, y después, aunque con trabajo, su Majestad daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado parece que me olvidaba de mí.
A lo que ahora me acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran contradicción; mas en comenzándolos a andar, me parecía poco, viendo en servicio de quien se hacía y considerando que en aquella casa se había de alabar el Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es particular consuelo para mí, ver una iglesia más, cuando me acuerdo de las muchas que quitan los luteranos. No sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de temer a trueco de tan gran bien para la cristiandad; que, aunque muchos no lo advertimos, estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser.
También algunas veces me daban contento las grandes contradicciones
y dichos que en este andar a fundar ha habido, con buena intención
unos, otros por otros fines. Mas tan gran alegría como de esto sentí,
no me acuerdo, por trabajo que me venga, haberla sentido. Que yo confieso
que en otro tiempo, cualquiera cosa de las tres que me vinieron juntas
fuera harto trabajo para mí. Creo fue mi gozo principal parecerme
que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento
al Criador. Porque tengo entendido que el que le tomare por cosas de la
tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado,
dejado de la poca ganancia que en esto hay; una cosa les parece hoy, otra
mañana; de lo que una dicen bien, presto tornan a decir mal. Bendito
seáis vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por
siempre jamás, amén. Quien os sirviere hasta la fin, vivirá
sin fin en vuestra eternidad.
Responsorio (2Cor 12, 9b-10)
R/. Muy a gusto me glorío de mis
debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. *
Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
V/. Por eso vivo
contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las
persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. *
Porque cuando soy débil.
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Ant. Ardo en celo por la honra de mi Esposo Jesucristo que me dio esta consigna: «De aquí en adelante mirarás mi honra, como verdadera esposa mía».
Cántico I
Is 2, 2-3
El monte de la casa del Señor en la cima de los montes
Vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti (Ap 15, 4)
En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
Cántico II
Is 61, 10-62, 3
Alegría del profeta ante la nueva Jerusalén
Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo (Ap 21, 2)
Desbordo de gozo en el Señor
y me alegro con mi Dios:
porque me ha puesto un traje de salvación
y me ha envuelto con un manto de triunfo,
como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos ante todos los pueblos.
Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia,
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Cántico III
Is 62, 4-7
Gloria de la nueva Jerusalén
El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él (cf. Jn 14, 23)
Ya no te llamarán «Abandonada»,
ni a tu tierra «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi predilecta»,
y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella,
así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa,
se regocija tu Dios contigo.
Sobre tus murallas, Jerusalén,
he puesto centinelas;
no callarán ni de día ni de noche.
Los que se lo recordáis al Señor
no os concedáis descanso,
no le concedáis descanso
hasta que establezca Jerusalén,
y hasta que haga de ella
la admiración de la tierra.
Ant. Ardo en celo por la honra de mi Esposo
Jesucristo que me dio esta consigna: «De aquí en adelante
mirarás mi honra, como verdadera esposa mía».
Evangelio (Jn 14, 1-11a)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
- «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
- «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
- «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta».
Jesús le replica:
- «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí».
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O bien:
Jn 4, 5-15a
En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo.
Era hacia la hora sexta.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
- «Dame de beber».
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
- «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó:
- «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice:
- «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
Jesús le contestó:
- «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice:
- «Señor, dame esa agua».
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O bien:
Jn 7, 14-18. 37-39, como en la misa de la solemnidad.
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Himno Te Deum, Apéndice, p.
La oración, como en Laudes.
Laudes
Himno
Vuestra soy, para vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma:
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición.
Dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad;
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo:
pues del todo me rendí,
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
solo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar;
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando:
decid dónde, cómo y cuándo,
decid dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí? Amén.
Salmodia
Ant. l. Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti.
Salmos y cántico del domingo de la semana I, Apéndice, p.
Ant. 2. Que todas tus criaturas te den gracias Señor; que te bendigan tus fieles.
Ant. 3. He cantado, Señor, tus misericordias
en la asamblea de los fieles.
Lectura breve (2Cor 4, 5-7)
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor,
y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el Dios que dijo:
Brille la luz del seno de la tiniebla ha brillado en nuestros corazones,
para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en
el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para
que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de
nosotros.
Responsorio breve
R/. Oigo en mi corazón: *
Buscad mi rostro.
V/. Tu rostro buscaré,
Señor. * Buscad mi rostro. Gloria
al Padre. Oigo.
Benedictus, ant. Al que me ama lo amará
mi Padre lo amaré yo, y me mostraré a él.
Preces
Aclamemos con júbilo a Cristo, Señor de la gloria y corona de todos los santos, que nos concede hoy celebrar la solemnidad de santa Teresa, nuestra Madre, y digámosle:
Te alabamos, Señor.
Señor, fuente de vida y de santidad, que has mostrado en tus
santos las maravillas de tu amor,
- queremos cantar hoy tus misericordias con nuestra Madre Teresa de
Jesús.
Tú, que anhelas abrasar el mundo entero con el fuego de tu caridad,
- haz que seamos ante los hombres servidores y testigos de tu
amor, a imitación de santa Teresa.
Tú, que, como amigo fiel, revelas a tus elegidos los misterios
de tu inmensa caridad,
- únenos a ti con los lazos de tu amistad divina, para que experimentemos
tu amor y lo anunciemos a nuestros hermanos.
Tú, que te manifiestas a los limpios de corazón,
- purifica nuestros ojos para que te descubramos en todas las criaturas
y en todos los acontecimientos.
Tú, que resistes a los soberbios y amas a los humildes,
- haz que andemos en verdad y vivamos al servicio de la Iglesia.
Padre nuestro.
Oración
Señor Dios nuestro, que por medio de tu Santo Espíritu has suscitado a santa Teresa de Jesús (nuestra Madre) para enseñar a tu Iglesia el camino de la perfección; concédenos alimentarnos siempre con su celestial doctrina para que crezca en nosotros el deseo de la verdadera santidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Hora intermedia
Himno y salmodia complementaria, pp. Si la solemnidad cae en domingo, salmos del domingo de la semana I, pp.
Tercia
Ant. Cuando tú vayas a orar entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo escondido.
Lectura breve (Ap 3, 20)
Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y
abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él
y él conmigo.
V/. Cantaré la alabanza del Dios
de mi vida.
R/. Diré a Dios: Tú eres
mi roca.
Sexta
Ant. Estad siempre alegres en el Señor;
os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca.
Lectura breve (1Ts 5, 16-18)
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión:
esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
V/. Me enseñarás el sendero
de la vida.
R/. Me saciarás de gozo en tu presencia.
Nona
Ant. Realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas
hacia Cristo.
Lectura breve (3Jn 3-4)
Me alegré muchísimo cuando llegaron unos hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo caminas en la verdad. No puedo tener mayor alegría que enterarme de que mis hijos caminan en la verdad.
V/. Servid al Señor en la verdad.
R/. El que realiza la verdad se acerca
a la luz.
Himno
Soberano Esposo mío,
ya voy, dejadme llegar;
no me deis, Señor, desvío,
para que entre en vuestro mar
este pequeñuelo río.
Si vos los brazos me dais,
yo os doy el alma en despojos,
y pues ya me la sacáis,
volved, mi Cristo, los ojos
a quien el alma lleváis.
Pues el corazón os di,
denme esas llagas consuelo;
entre el alma por ahí,
pues son las puertas del cielo,
que se abrieron para mí.
De esta postrer despedida
yo no temo el dolor fuerte,
si con vos, mi Cristo, asida
a la hora de la muerte
tenga en mis manos la vida.
Si en las manos tengo a vos
con regalos soberanos,
ya estamos juntos los dos,
pues que Dios está en mis manos,
y yo en las manos de Dios. Amén.
Salmodia
Ant. l. El Señor me enseñó
la ciudad santa, envuelta en la gloria de Dios y resplandeciente como piedra
preciosa.
Salmo 121
Qué alegría cuando me dijeron:
¡«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Ant. El Señor me enseñó la ciudad santa, envuelta en la gloria de Dios y resplandeciente como piedra preciosa
Ant. 2. Esta es la morada de Dios con los
hombres: acampará entre ellos.
Salmo 126
Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.
Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en manos de un guerrero
los hijos de la juventud.
Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.
Ant. Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos.
Ant.3. Completo en mi carne los dolores
de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia
Cántico
Col 1, 12-20
Damos gracias a Dios Padre,
que os ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles,
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar consigo todas las cosas:
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Ant. Completo en mi carne los dolores de
Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.
Lectura breve (Jds, 20-21. 24-25)
Vosotros, queridos míos, basándoos en vuestra santísima
fe y orando movidos por el Espíritu Santo, manteneos en el amor
de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo
para la vida eterna. Al que puede preservaros de tropiezos y presentaros
intachables y exultantes ante su gloria, al Dios único, nuestro
Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, sea la gloria
y majestad, el poder y la soberanía desde siempre, ahora y por todos
los siglos. Amén.
Responsorio breve
R/. Vosotros sois *
Templo de Dios vivo. Vosotros sois.
V/. Y el Espíritu
de Dios habita en vosotros. * Templo
de Dios vivo. Gloria al Padre. Vosotros sois.
Magníficat, ant. No perdáis la calma. En la casa de mi Padre hay muchas moradas, y me voy a prepararos sitio.
O bien:
Santa Madre Teresa, mira desde el cielo a esta tu familia y cuida de
ella con amor; corona la obra que un día emprendiste en la tierra.
Preces
Glorifiquemos a Cristo que amó a su Iglesia y se entregó por ella para consagrarla. Pidámosle que su Esposa sea siempre santa e inmaculada, y digámosle confiadamente:
Señor, protege a tu Iglesia.
Tú, que eres la cabeza de la Iglesia,
- haz que tus fieles, unidos a ti por la fe y el amor, se sientan miembros
de tu cuerpo.
Tú, que has establecido la Iglesia sobre el ministerio de Pedro
y de los apóstoles,
- por intercesión de santa Teresa, nuestra Madre, bendice al
papa N. y a todos los obispos de la Iglesia
universal.
Tú, que has elegido con inmenso amor a los sacerdotes, para que
sean luz de tu Iglesia y alimenten a tu pueblo con los sacramentos,
- haz que tus ministros sagrados brillen, conforme a los deseos de
Teresa, por su santidad y sabiduría.
Tú, que has suscitado en la Iglesia la familia del Carmelo Teresiano
para perpetuar el carisma de su fundadora,
- concede a todos los carmelitas la gracia de ser herederos del espíritu
de oración y del celo apostólico de su Madre.
Tú, que anhelas que todos cuantos creen en ti lleguen a la unidad
perfecta,
- infunde en los cristianos el espíritu ecuménico, para
que sean uno, como tú lo pediste al Padre.
Tú, que has muerto por nuestros pecados y has resucitado para
nuestra justificación,
- otorga a nuestros hermanos difuntos que esperan la revelación
de tu gloria, el gozo de la Pascua eterna en la comunión de los
santos.
Padre nuestro.
Oración
Señor Dios nuestro, que por medio de tu Santo Espíritu
has suscitado a santa Teresa de Jesús (nuestra Madre) para enseñar
a tu Iglesia el camino de la perfección; concédenos alimentarnos
siempre con su celestial doctrina, para que crezca en nosotros el deseo
de la verdadera santidad. Por nuestro Señor Jesucristo.