JULIO

27 de julio

BEATO TITO BRANDSMA, PRESBÍTERO Y MÁRTIR

OCarm y OCD: Memoria libre

 La liturgia del Carmelo recuerda hoy al beato Tito Brandsma, holandés. Hombre   muy culto, alma de profunda vida interior y de ardor apostólico. Estuvo muchos años dedicado a la docencia, llegando a ser Rector Magnífico de la universidad de Nimega. Conocido también en el campo del periodismo. Durante la ocupación nazi de Holanda luchó por la libertad de enseñanza y de la prensa católicas. Arrestado por esta razón por los nazis y, tras un largo calvario de cárceles, fue llevado al campo de concentración de Dachau. Sometido allí a terribles torturas corporales y psíquicas, supo llevarlo con serenidad de espíritu y total aceptación del dolor que le unía a la pasión de Cristo. Tratado como cobaya para experimentos químicos, murió el 26 de julio de 1942.
 

Del Común de mártires.

Oficio de lectura

Segunda lectura

Del prefacio del beato Tito Brandsma a un libro de Adolfo Tanquerey

La fuerza misteriosa de la pasión

 Jesús ha sufrido. Sí, el mismo Jesús, nuestro Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Él sufrió, fue crucificado, murió y fue sepultado.

La víspera de su pasión, rogó a su Padre celestial para que todos fueran uno, uno con él. Se llamó a sí mismo Cabeza del Cuerpo Místico, del que nosotros somos los miembros. Él es la vid, nosotros los sarmientos. Se metió él mismo en el lagar y allí fue exprimido. Nos ha dado el vino para que, bebiéndolo, podamos vivir su misma vida, para que podamos compartir con él su sufrimiento. Lo ha dicho él mismo: El que quiera venir en pos de mí, es decir, cumplir mi voluntad, que cargue con su cruz y me siga; el que me sigue tendrá la luz de la vida; yo soy la vida; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Y no comprendiendo sus discípulos que la vía indicada era la de la pasión, se lo explicó diciendo: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria? Entonces ardieron en sus pechos los corazones de los discípulos. La palabra de Dios se había convertido para ellos en fuego. Y descendiendo después sobre ellos el Espíritu Santo, como una llama divina, se sintieron contentos de sufrir, a su vez, el desprecio y la persecución, porque se hacían así semejantes a aquel que los había precedido en el camino del sufrimiento.

Los discípulos comprendieron que él no había querido apartarse de este camino, que habían vaticinado antes los profetas. Desde el pesebre hasta la cruz, no supo de otra cosa, sino de sufrimiento, pobreza y desprecio. Consagró toda su vida a enseñar al pueblo que Dios mira el sufrimiento, la pobreza y el desprecio humano de modo muy diferente a como lo hace la necia sabiduría del mundo. El dolor es la consecuencia necesaria del pecado, y solo mediante la cruz se recupera la unión con Dios y la gloria perdida. El dolor es, por lo mismo, el camino del cielo. En la cruz está la salvación, en la cruz la victoria. Así lo ha dispuesto Dios, que quiso además tomar sobre sí el sufrimiento para lograr con él la gloria de la redención. Por eso, como dice san Pablo, los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá cuando haya pasado el tiempo de padecer y seamos ya partícipes de la misma gloria.

María, que conservaba todas las palabras de Dios en su corazón, supo comprender, por la plenitud de gracia que le fue concedida, el gran valor del sufrimiento. Mientras los discípulos huían, ella salió al encuentro del Salvador, camino del Calvario, y permaneció al pie de la cruz participando en su oprobio y en sus últimos sufrimientos. Y lo puso en el sepulcro con la esperanza firme de su resurrección.

¡Ojalá nuestros corazones fueran tan ardientes y generosos como el suyo y se abrieran totalmente a los sentimientos del Sagrado Corazón de Jesús! Él dijo: Ardientemente he deseado  comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. ¿Es nuestro deseo como el suyo? ¿No nos quejamos demasiado cuando él nos alarga el cáliz de la pasión? Es tan difícil para nosotros resignarnos al sufrimiento, que alegrarse de él nos parece algo heroico. Consideramos casi imposible el desear la cruz y el sufrimiento. Según el mundo, es, de hecho, una locura desear solo sufrimiento y desprecio, como deseaba san Juan de la Cruz. Y a veces nosotros pensamos de modo semejante al del mundo con nuestras prudentes cautelas. ¿Dónde está la oblación que cada mañana, consciente y reflexivamente, al menos de palabra y en apariencia, hacemos de nosotros mismos, cuando nos unimos a la oblación, que ofrecemos junto con la Iglesia, de aquel con el que estamos unidos en un único cuerpo?

Jesús lloró una vez sobre Jerusalén: ¡Ojalá pudieses conocer tú hoy el don de Dios! ¡Ojalá pudiésemos también nosotros conocer hoy el gran valor que Dios ha puesto en nuestros sufrimientos!
 

Responsorio (Gál 6, 14; 1Cor 1, 23-24)

R/. Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, * Por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
V/. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. * Por la cual el mundo.

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Segunda lectura (opcional)

De los sermones del beato Tito Brandsma sobre la virtud heroica y sobre los santos Vilibrordo y Bonifacio.

Exhortación a la práctica heroica de la fe y de la caridad

 Suele decirse con frecuencia que vivimos en un tiempo magnífico, un tiempo de grandes hombres y grandes mujeres. Pero tal vez sería más cierto decir que vivimos en un tiempo de gran decadencia de costumbres, en el que, sin embargo, muchos sienten la necesidad de reaccionar para defender las cosas que les son más queridas y sagradas. Es comprensible el deseo de que surja un guía capaz y fuerte. Nosotros buscamos un guía que luche por una causa santa, es decir, por un ideal fundado, no en las solas fuerzas del hombre, sino en los designios divinos.

El neopaganismo considera la naturaleza como una emanación de la divinidad, y lo mismo sostiene respecto de diversas razas y pueblos de la tierra, pero afirmando al mismo tiempo que, como una estrella difiere de otra por su brillo y esplendor, así también una raza es más pura y más noble que la otra. Y en la medida en que esta raza posee una luz más brillante, tiene también la misión o tarea de propagarla y hacerla brillar en el mundo. Lo que, según dicen, solo es posible si, eliminando los elementos que le son extraños, se purifica a sí misma de toda mancha. De ahí proviene el culto de la raza y de la sangre, el culto de los héroes del propio pueblo.

A partir de un tal error, es fácil llegar a otros errores no menos funestos. Es doloroso contemplar el gran entusiasmo y las grandes energías que se ponen al servicio de un ideal tan erróneo e infundado. Pero es lícito aprender del enemigo. Su falsa y perversa filosofía nos puede ayudar para purificar y mejorar nuestra visión del mundo y de los hombres, y su inútil entusiasmo nos puede servir de estímulo para acrecentar el amor hacia nuestro ideal, nuestra disponibilidad a vivir y morir por él y la firmeza para realizarlo en nosotros mismos y en los demás.

También nosotros confesamos nuestra procedencia de Dios. Y queremos igualmente lo que él quiere. Pero no aceptamos la doctrina de la emanación de la divinidad, y no nos divinizamos a nosotros mismos. Admitimos, sí, que procedemos de Dios, y de él, por lo mismo, dependemos. Y cuando hablamos de su reino y rezamos por la venida del mismo, no pensamos en una diferencia de raza o de sangre, sino en una hermandad universal, porque todos los hombres son nuestros  hermanos, sin excluir a los que nos odian y nos combaten, sintiéndonos íntimamente unidos a aquel que hace salir el sol sobre malos y buenos. En ningún caso queremos caer en el pecado de un paraíso terrestre, en el pecado de hacernos iguales a Dios. Ni instituir un culto de héroes fundado en la divinización de la naturaleza humana. Reconocemos la ley de Dios y nos sometemos a ella. Y no queremos romper por una insana y delirante valoración de nosotros mismos la dependencia que nos une al Ser supremo, del que hemos recibido la existencia.

Con todo, aun reconociendo la ley de Dios dentro de nosotros mismos, advertimos la existencia de otra ley que intenta prevalecer en nosotros contra el Espíritu de Dios. Y a veces sentimos, como san Pablo, nacer en nosotros el deseo de obrar diversamente; se nos hace difícil reconocer la imperfección de nuestra naturaleza y su íntima contradicción. Querríamos ser mejores tanto en nuestro modo de ser como en nuestras aptitudes. Y a veces pensamos ser ya lo que solamente queremos ser, por más que, reflexionando serenamente, no dejemos de reconocer nuestra imperfección y comprendamos que podemos aún perfeccionarnos mucho. Admitiendo además honestamente que podríamos lograrlo, si fuera mayor nuestro esfuerzo. Porque nada se consigue sin trabajo y sin empeño. Nos convencemos, de hecho, de que, en lugar de detenernos a llorar nuestras propias o las ajenas debilidades, es mejor recordar lo que interiormente se le dijo a san Pablo: «Sufficit tibi gratia mea». Te basta mi gracia. Unido a mí, lo puedes todo.

Vivimos en un mundo que condena el amor como una debilidad que hay que superar. No es el amor, dicen algunos, lo que hay que cultivar, sino las propias fuerzas: que cada uno sea lo más fuerte posible, y que los débiles perezcan. Son los mismos que afirman que la religión cristiana, pregonera del amor, ha cumplido ya su tiempo y debe, por lo mismo, ser sustituida por la antigua potencia germánica. Así es, por desgracia. Os vienen con esta doctrina, y no faltan incautos que la aceptan de buena gana. El amor no es conocido. «Amor haud amatur», decía ya en su tiempo san Francisco de Asís y, algunos siglos después, en Florencia, santa María Magdalena de Pazzi tocaba en éxtasis la campana del monasterio de las carmelitas para anunciar a todo el mundo cuán bello es el amor. ¡Oh, también yo quisiera tocar las campanas del mundo entero para decir a los hombres que es hermoso el amor! Por más que el neopaganismo repudie el amor, la historia nos enseña que nosotros, con el amor, venceremos también a este nuevo paganismo. No, nosotros no renunciaremos nunca al amor, y el amor nos conciliará de nuevo los corazones de los paganos. La naturaleza supera a la filosofía, y por más que una ideología se empeñe en repudiar al amor y condenarlo como una debilidad, el testimonio vivo de este amor lo convertirá siempre en una nueva fuerza capaz de vencer y unir los corazones de los hombres.
 

Responsorio (Rom 8, 35. 28. 18)

R/. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? * Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
V/. Considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. * Sabemos.

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Oración

Oh Dios Padre, fuente y origen de la vida, que has dado la fuerza de tu Espíritu al beato Tito Brandsma, para que en el calvario de la persecución y del martirio proclamase la libertad de la Iglesia y la dignidad del hombre; concédenos, por su intercesión, no avergonzarnos del Evangelio en la construcción de tu reino de justicia y de paz y poder descubrir en cada acontecer de la vida tu presencia misericordiosa. Por nuestro Señor Jesucristo.
 
 


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